martes, 11 de enero de 2011

Necrológica de un compañero Jesuita.

CARLOS HUELIN BENÍTEZ, S. I.


(Málaga 26.01.1940– Almería 03.01.2011)

Carlos Huelin ha fallecido. Esta noticia se iba corriendo como un reguero de pólvora a lo largo y ancho de nuestra geografía, la tarde del día 3 de enero, dejando consternados a cuantos la oían, y esperando, en vano, ser desmentida. Carlos nos dejó, probablemente, con el tipo de muerte que él hubiera elegido, de haber podido: con las botas puestas y sin dar mucho trabajo. Con él moría el último jesuita del linaje de los Huelin, ese apellido con tan marcado acento malagueño, que plantó en esa tierra en 1770 un inglés de Southampton llamado William Huelin, probablemente descendiente de uno de los hugonotes que huyeron de Francia tras la masacre de calvinistas en la noche de San Bartolomé de 1572. A Carlos lo habían precedido ya sus parientes jesuitas Eduardo, José María y Enrique . Dad y se os dará (Lc 6, 36-38). La vida de Carlos fue respuesta a este mandato evangélico. Más a la primera palabra (Dad), que cuando se ejerce genuinamente, no espera lo demás (y se os dará). Se dio totalmente y lo dio todo, sin esperar nada a cambio. Con Carlos se sentía uno seguro al organizar algo con él o al confiarle la organización de algo, pues se sabía que eso estaba abocado al éxito. Quien necesitaba algo, por raro o urgente que fuera, sabía que Carlos se lo conseguía. Era un dispensador de favores, consuelos y cariño. Ese consuelo nos queda, pues podemos pensar que ahora podrá hacer mejor que nunca ese buen oficio de mediador y “conseguidor” universal que también incluye el “Dad”. Con él tenemos ahora otro intercesor ante el Dios que es Amor.

Entre los epítetos y descripciones que se le podrían aplicar está el de todoterreno pastoral, pues ha recorrido muchos y distintos terrenos y siempre con éxito. Empezó en Sevilla, donde, a través de los alumnos de Portaceli entró en contacto con sus familias, y al acompañar la educación y los hitos más importantes de muchas generaciones, este malagueño se ganó el corazón de la buena sociedad sevillana. Sus misas con niños eran la admiración de todo catequista. Ponía su corazón en todo lo que organizaba: la dirección del colegio, los campamentos, los Equipos de matrimonios de Nuestra Señora.

De este escenario tan cosmopolita, que nunca abandonó y llevó siempre consigo como parte de su corazón, supo adaptarse a otro bien distinto: el del mundo popular y obrero de Málaga, en la Escuela San José. Alguien de su entorno no entendía este destino, que interpretaba como castigo, por significar un descenso en un determinado tipo de relevancia social. Aquí siguió desarrollando su creatividad pastoral, con la que supo estar a tono en situaciones difíciles. Aquí descubrió el mundo del Rocío y acompañó varios años a una de las hermandades del Rocío de Málaga en su peregrinación anual, yendo y viniendo los primeros días desde Málaga hasta el lugar de acampada, que cada noche era más cerca del Rocío y más lejos de Málaga.

Volvía de madrugada, pero así podía seguir con sus clases y actividades pastorales en el colegio. Le impactaban mucho las largas noches de confesiones de muchos años y quedaron muy impactados por él quienes recibieron el bautismo rociero en el río Quema. Estando en este frente, desarrolló su dimensión misionera durante varios veranos, primero en Colombia y después en Bolivia, y logró entusiasmar a un grupo de médicos para que realizara campañas quirúrgicas, que aún continúan incluso dos veces cada año.

De Málaga fue enviado a Almería, a unas parroquias en el extrarradio, una de las cuales es un barrio de etnia gitana, y todas tienen un alto porcentaje de inmigrantes diversos. Esto es un castigo mayor –pudo pensar su pariente- pues el descenso en el escalafón de esa cierta valoración social ya era definitivo. No captaba esa persona que para la vanguardia de estas fronteras socioculturales son precisos obreros de primera, muy cualificados. Lo que en Almería ha hecho se puede deducir de su propio funeral, en el que todo tipo de gente (ricos y pobres, cultos e incultos, jóvenes y viejos) abarrotaba la iglesia y era imposible contener las lágrimas ante las expresiones espontáneas de dolor de la gente que lo ha tratado y querido, pues no es posible lo primero sin lo segundo. Aquí se puso de manifiesto lo hondo que había hundido sus raíces con aquella gente. Lo que para alguien pudo ser descender ha significado para él el ascenso al Cielo, con otra perspectiva muy distinta, la del Evangelio.

También era todoterreno por su buena salud (aunque ya el corazón le dio un aviso), su dominio del sueño (dormía poco y a voluntad), su capacidad para conducir en viajes largos de ida y vuelta en el día. Era duro y resistente, también en la enfermedad. Su fe era recia y su sentido pastoral, aunque quizás escapaba de la comprensión de los “rubricistas”, sabía hacer hablar a la liturgia un lenguaje comprensible, adaptado a cada auditorio. Si pudo realizar todo eso, era porque, en cuanto religioso y jesuita, se sentía un hombre libre. Era libre por el voto de obediencia, para aceptar con agrado las misiones tan diversas que ha recibido, y realizarlas todas con alegría y disponibilidad, no encerrándose en los límites de lo seguro y conocido. Por el voto de castidad era libre para dar y recibir cariño a todo el mundo, haciendo gala de una inteligencia emocional digna de manual, sabiendo acompañar a cada uno en sus necesidades. Por el voto de pobreza era libre frente al dinero, para desesperación de administradores minuciosos. Poseía pocas cosas y aún de esas se desprendía con suma facilidad y generosidad. Ciertamente, no puso su corazón en las cosas ni en el dinero, sino en las personas. En el momento de pasar a la Casa del Padre le ha tocado cosechar algo de ese amor que sembró a raudales.

Quiero acabar con lo que podría ser su testamento espiritual, que, recientemente le escribía en un correo electrónico a una amiga en un mal momento:

"Tienes que seguir adelante. No permitas que las adversidades te cambien el carácter. Todos pasamos momentos chungos. Morir, tenemos que morir todos, pero hay que vivir cada día como si fuera el único día, con alegría y esperanza, buscando y hallando la voluntad del Padre Bueno en todas las cosas".

Wenceslao Soto Artuñedo, S. I.
Sevilla, 05.01.2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Haz tu comentario y no dejes anónimos.
Los anónimos serán siempre eliminados.